22.7.10

ander de carpet

Hace un rato recibí el llamado de un tipo interesado en alquilar mi habitación, y comenzó el operativo esconder la mierda bajo la alfombra. Tiramos a la basura los catorce tubitos de papel higiénico vacíos que estaban desperdigados en el baño, descolgamos la ropa que estaba puesta a secar encima de cada estufa de la casa, sacamos la comida podrida de la heladera y matamos una a una las avispas que acampaban en la cocina. Ahora resta levantar las quince latas de cerveza marca Lidl que se reparten en el living para que mañana comience la función, para efectuar la pantomima de hacerle creer al despistado o despistada que en realidad no somos sucios sino experimentadores. Estamos en otro mundo, loco, no es que seamos roñosos y malvividos.

Cuando yo vine a ver la casa, en enero pasado, la puesta en escena había sido efectiva. Me recibieron dos pibes, uno era profesor de música y el otro un guitarrista aficionado. La visita alimentó en mí el sueño de vivir ahí en un estado lisérgico, rodeado de flores, haciendo música, tocando el saxo y la guitarra. El lugar estaba bien. En mi cabeza giraba la idea de arreglar el cuarto a mi gusto, de ponerlo lindo, vivo, salvaje y de empezar a prepararlo para cuando viniera Chiara. Esta habitación donde hoy pasé seis horas frente a la computadora estaba llamada a ser un espacio pequeño y alegre, compartido y propio. Con olor a sahumerio, transformador. Pero el tiro salió por la culata.

Los pibes, al final, se quedaron una semana. Entendí de golpe que me habían dicho que vivirían acá sólo unos días. Yo había llegado para reemplazar a uno de ellos. La otra habitación era para la refugiada, una mina simpática y bien dispuesta pero que después de trabajar prefiere estar sola en su habitación. El otro tipo, el único estable en el elenco de esta casa, fue, es y será el innombrable, un cultor de la borrachera intrascendente, un campeón del frisbee en el Fairview Park, un mesiánico del reviente en camino directo a la autodestrucción.

Como dije, las cosas salieron distintas. Hice algunas cosas, otras no pude. Se a vida é. Ahora hago lo que no cumplí antes. Adorno mi cuarto, lo pongo a punto, mañana se lo presento en condiciones al desprecavido. Seguramente él también le pondrá sus sueños y deseos. Y eso es lo que, adivino, le hará pasar por alto que la casa se cae a pedazos, que en el patio hay escombros y bolsas de basura podrida, que al inodoro le falta la tapa y que el barrio es todo lo peligroso que puede ser un barrio en Irlanda. Sus ganas lo harán pisar el palito y verá sólo lo positivo.

Eso es lo genial del entusiasmo. Te hace tirarte de cabeza, poner el miedo en stand by, avanzar para todos lados. Si el tipo mañana actuara en forma sensata ni se pensaría el mudarse a esta casa, haría lo que hacemos hacen los sensatos: anticipar, fruncir, pedir garantías. Vivir, en definitiva, con la calculadora en la mano.

Como sea, me queda poco en Clonmore Road. Empezaré a buscar nuevos cuartos. Que es lo mismo que decir nuevos rumbos. Que es como tener ganas e ir para adelante. Hasta que sienta que vale la pena quedarse.

Hasta que realmente quiera quedarme.


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