27.9.10

budista sin buda

Si se arreglara todo con una buseca, me dijo Mauro y reculó

Y yo que nunca confió si de piñatas se trata

Rabioso de salsa, pizza esta vez la salida

Conformo un pequeño grupo zoologista, liberado de mil ismos el pato quiere pensar

"No seremos novios nunca", nunca nos cazaremos, me dijo al rato

Penitencia de neuronas, enredadas en un rincón, sinestesia de rocas, un sifón es Navidad

Y ahora todo se encumbra y Reyes Magos es en verano. Dame murga y muñeco quemado en Colegiales.

Este es tu papel. Estudiátelo, fúmatelo.

Postear de urgencia, salir del paso, hacerme el hueco

Sacudir los frenos

Engranar a los engranados

Corroborar un Scrabble

el hilo baba de envidia se desliza por el Cáucaso

afrontalo como puedas

sabelo, mas, colega, una garita de seguridad no es una trinchera

vestir de azul postizo no te hace

soldado

refulge

una tarde

del adiós largo todo y a la uretra

tengo un marzo enderezado y una pinza de waitán

25.9.10

Berlino #4

Afeado por tópicos de la izquierda universal bienpensante se erige en Berlín el edificio de Tacheles, una galería de arte emplazada en lo que parece ser una casa okupa mimada por el estado alemán. Junto a este bodoque de hormigón desvencijado se ubica un bar donde un cartel invita a identificarse como chileno para obtener un 50 por ciento de descuento en las copas. Me imagino en la barra diciendo "po, güevon, ¿me ponei una cerveza?", pero desisto rápidamente. Paso de Violeta Parra y abomino de la hermandad latinoamericana.

En Tacheles se respira la estética de cambiar el mundo, sea lo que esto signifique. Ni un centímetro de pared libre de graffitis a lo largo de cinco pisos. Los tres pisos de arriba tienen habitaciones con artistas creando y exponiendo, bares con birra barata, mesas de caballetes con aros y chucherías de metal y madera a la venta, olor a humedad y patchouli.


En una de las salas un indígena del Amazonas peruano expone una de sus instalaciones. Un cristo tamaño persona crucificado y unos libros calcinados ocupan uno de los cuartos. También hay unos maíces gigantes. El hombre me cuenta que lo primero es una crítica a la iglesia. Los libros quemados y los maíces (transgénicos), por su parte, ironizan sobre el supuesto progreso de la ciencia. Me pongo a charlar con el artista e interviene una chica catalana, quien le echa en cara que se refiera a tópicos del pasado. El tipo arremete contra los alimentos modificados, la farsa religiosa, nuestra vileza contra los animales, y todo lo que representa el eje del mal. La catalana le dice algo así como que tal vez él esté equivocado, y creo que lo manda a estudiar. La discusión tensa el ambiente. Todo parecía tan hippie y casi se desmadra.

Después, no sé a cuento de qué, ella agrega que los animales también se matan entre sí. Recurso barato pero efectivo. La apoyo en silencio, fervientemente.

Charlo un poco con la catalana, que usa bigotitos y me cuenta que consiguió un hostel mucho más barato que el mío. Vemos pinturas, y ella encuentra simbolismos, ojos, manos con quince dedos. Yo no veo nada más allá de lo que veo. Me siento un insensible. A lo largo de la conversación pica un polvo blanco sobre la palma de su mano derecha. ¡Ja! Es coca, digo para adentro, y sigo mirándole el bozo mientras hablamos, no bajo nunca la cabeza para inspeccionar lo que desmenuza, como si estuviera habituado a este tipo de situaciones. Seguimos con los cuadros, nos metemos en otra sala. Cuando nos disponemos a bajar de piso, se sacude las manos y deja caer el polvo blanco por el hueco de las escaleras. Si yo fuera un personaje de la historieta Condorito, ésta es la parte en que diría: "¡Exijo una explicación!".

En la cuarta planta se nos suma un chileno mala onda que la catalana había conocido el día anterior. No sonríe nunca, me mira de arriba abajo. Creo que se siente más genuino por tener rasgos indígenas. Las mismas facciones que en cualquier aeropuerto europeo restan puntos, entre estas paredes de nenes disconformes y de okupas vocacionales insuflan a su portador aires de autenticidad. Por un momento desearía ser parte de un pueblo originario, así los europeos culposos se solidarizan conmigo. Nos despedimos. Voy a pedirles el Facebook, pero desisto por miedo al abucheo.

Algo bueno se respira en Berlín, es cierto, me lo habían advertido. Es una ciudad pesada de historia pero liviana al mismo tiempo, un lugar para hacer y abrigarse mucho en invierno. Escribir estas notas sentado en el marco de la ventana de un café que está cerrando, del lado de la calle... en cualquier otro lugar me habría sentido un fracasado que lleva su diario íntimo. Acá me siento un bohemio.

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¡Gracias Annnnnnnna por la foto!

16.9.10

Berlino #3

Por más esfuerzo que haga, nunca logré entusiasmarme con la música electrónica, y los DJs siempre me parecieron el tío solterón que pasa música en los cumpleaños. Sé que para gran parte del mundo esto no es asi, y estos tipos tienen más status y glamour que James Brown o Elvis en su apogeo. Sea como fuera, aprendí a ignorarlos o a dejarme llevar por la bola de ruido. Lo novedoso es que en una discoteca de Berlín sentí algo diferente. Por primera vez le vi magia a uno de estos pincha discos. Habrá sido el ambiente, el estar bailando solo y a menos de 100 metros del Muro de Berlín, o puede que hasta haya sido la magia del DJ de turno. Más allá de su destreza para enganchar canciones como si el oyente transitara una autopista con o sin baches, de cuatro carriles o psicodélica -de eso se trata su oficio, ¿no?-, el tipo tenía un gesto en particular que me lo hacía entrañable, con lo difícil que se hace compaginar ese adjetivo con la electrónica. Cada vez que se disponía a scratchear, un segundo antes de acariciar el vinilo, se lamía las yemas de los dedos, como si fuera a pasar las páginas del diario del domingo. Fue entonces que vi en él a mi viejo con los joggings hasta el ombligo, con una mano activando al piberío y con la otra comiéndose su mandarina de la mañana. Humedecidas las yemas.

Berlino #2

Aquí tirado en el pasto, frente al Reichstag, es un momento para abrazarse. Hay una hora de cola para subir a la cúpula del Parlamento y ver los techos de la ciudad. Elijo quedarme en el pasto, después de horas de vagar por la ciudad. Estiro un poco la espalda, me abrigo y desabrigo sucesivas veces, veo la cola que no avanza. No hay otro momento que éste. El sol se va, la gente sigue de pie esperando. Lo que alguna vez ardió en llamas hoy parece no tener historia. Quiero ser como el Reichstag.

15.9.10

Berlino #1

El legado de Hitler es la principal atracción turística de Berlín. El autodenominado fuhrer es el Gaudí de Barcelona, el James Joyce de Dublín. Su búnker, la plaza donde ordenó quemar 20.000 libros escritos por judíos o comunistas -o por judíos comunistas, unas de las combinaciones más peligrosas-, la iconografía de su época, los intentos de asesinato. Todo es Hitler y nazismo. Doce años de historia que se tragaron los 900 restantes.

Escucho un discurso de Himmler a los oficiales de las SS sobre la Solución Final, el plan para asesinar a todos los judíos de Europa, una iniciativa de la que debía hablarse puertas adentro, afirmaba, pero nunca fuera de los límites del partido.

Ustedes me dicen no hay problema, mataremos a todos los judíos. Pero, ¿alguno de ustedes ha visto 100 cadáveres apilados uno detrás del otro? Esto no puede ser una feliz declaración de intenciones. Hay que estar bien firmes, y llevar a cabo un plan. No dejarse ganar por débiles sentimientos humanitarios.

Dos mil cajones desparramados en un plaza

Ayer visité la exposición-homenaje del monumento al genocidio judío en Europa. En una de las salas se detalla la cantidad de judíos asesinados por país. El ránking lo encabeza Polonia, con entre un millón y medio y un millón, seguida del combo Ucrania-Rusia-Belorrusia (un millón) y Alemania (creo que 150 mil). Había algunos testimonios de familias arrasadas. Una con 14 integrantes, de los que sólo dos sobrevivieron, uno de ellos escondido dos años en un sótano. El otro resistió en el campo de concentración.

Me acuerdo de mi abuelo y de mi abuela. Él tenía cerca de 20 años cuando se escapó. Ella menos. No se conocían, se encontraron en Argentina después de exiliarse en el período de entreguerras, seguramente escapándose de los pogroms y del clima hostil de Polonia.

Casi todos los hermanos de mi abuelo fueron asesinados por los nazis. Uno se salvó cuando era trasladado con su mujer y su hijito a un campo de concentración (usaban la palabra traslado, como cuando a uno lo destinan a las oficinas de otra ciudad de una misma empresa). El camión traqueteaba en caminos sinuosos, rodeado de bosques y de otras almas en pena, hacinados camino a no sé dónde pero imposible que fuera peor que el ghetto. Ellos tres olfateaban más desgracia. Ella llevaba un pañuelo en la cabeza y el niño dormitando en sus brazos. Sin manta ni nada. Con ojos secos y tiernos miró al nene, después levantó la cabeza en un gesto señorial, escrutó la cara huesuda -cara de nada- de su novio, y le dijo salvate vos, nosotros vamos a estar bien, mi amor. Él no le creyó, pero le hizo caso. Saltó del camión en movimiento, y se escondió en el bosque.

Por una semana, tierra y remordimiento fueron sus únicas comidas. Luego consiguió una familia que lo escondería hasta el final de la guerra. En algún lugar de América, cuarenta años después, su cuerpo se apagó. La vida, en cambio, se le había terminado hace mucho, entre harapientos y desgraciados, en la caja de un camión donde cientos de personas iban calladas, como en estado de resignación, donde un niño dormido de hambre y un amor que se había olvidado cómo llorar lo despidieron escuetamente o con dignidad, a esa altura daba lo mismo.

Mi abuelo Saúl murió en Buenos Aires, en 1987, cuando yo tenía cuatro años. Casi no tengo recuerdos de él, aunque dicen que me quería mucho y que me ayudó a dejar el chupete. Le había quedado un pasatiempo de su adolescencia en Polonia, país del que aborrecía y al que nunca más regresó. Su hobby consistía en levantar mesas ratonas con los dientes. Ya veo que es difícil tomarle cariño a un país que te dejó eso como legado de juventud.

14.9.10

aunque casi te confieso que también he sido un perro compañero

Después de tanta lección de historia del nazismo vuelvo a mi propio búnker, el personal, el único que realmente cuenta. Regreso a este día a día indefinido, al resguardo, a la espera. Retomo las recetas personales: lasagna precocinada al horno, 55 minutos. Repaso los fideos con tomates en lata. Vuelvo a mi Grooveshark nostálgico. Pienso un poco cómo sería allá, tal vez en 10 días. Me despabilo, sé que no habrá un allá tan pronto, tal vez sí dentro de poco, pero no como para exagerar.

No hay veneno más amargo que el de maldormir una hora la siesta, levantarse es crueldad en estado puro, malhumor, ya lo sabía, una mirada cínica y sin esperanza. Todo al revés. Es mejor salir a respirar. Y el invierno está bajando su pátina de metal.

Irlanda, empezaste a ser mi casa en esta ausencia de quince días.

Y ahora hacés más frío que un julio en Mar del Plata,

Sin los lobos marinos y sin borracheras impostadas,

deliradas y baratas. Sin los cabarulos tristes y la peatonal del centro.

Sin el piso 14 y el cartel de Celusal.

La misma mueca

un casino tristón y con pitucones en los codos del saco

El número 23 de Jordan estallando en pleno, la casa paga y nos vamos a constitución

sin control de alcoholemia y rezándole al amor

La vuelta es siempre gonfia, cuidado la cabeza, beto

ya se hizo tarde y mañana es un día de puerto

hay que pegar la vuelta