16.9.10

Berlino #3

Por más esfuerzo que haga, nunca logré entusiasmarme con la música electrónica, y los DJs siempre me parecieron el tío solterón que pasa música en los cumpleaños. Sé que para gran parte del mundo esto no es asi, y estos tipos tienen más status y glamour que James Brown o Elvis en su apogeo. Sea como fuera, aprendí a ignorarlos o a dejarme llevar por la bola de ruido. Lo novedoso es que en una discoteca de Berlín sentí algo diferente. Por primera vez le vi magia a uno de estos pincha discos. Habrá sido el ambiente, el estar bailando solo y a menos de 100 metros del Muro de Berlín, o puede que hasta haya sido la magia del DJ de turno. Más allá de su destreza para enganchar canciones como si el oyente transitara una autopista con o sin baches, de cuatro carriles o psicodélica -de eso se trata su oficio, ¿no?-, el tipo tenía un gesto en particular que me lo hacía entrañable, con lo difícil que se hace compaginar ese adjetivo con la electrónica. Cada vez que se disponía a scratchear, un segundo antes de acariciar el vinilo, se lamía las yemas de los dedos, como si fuera a pasar las páginas del diario del domingo. Fue entonces que vi en él a mi viejo con los joggings hasta el ombligo, con una mano activando al piberío y con la otra comiéndose su mandarina de la mañana. Humedecidas las yemas.

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