30.11.10

así alsur hayún lugar


La casa debería ser un lugar sagrado, la expresión religiosa de sus habitantes.

La casa es el principio de todo, cimientos de espiritualidad y entusiasmo. Punto de partida de un día que valga la penga. Refugio donde reponer energías a la vuelta. La casa es el espacio a cuidar y a tener en cuenta. La calle interna de todos nuestros quereres.



En la casa religiosa la comunicación es atmosférica, las cosas fluyen y se transmiten por gestos, la espontaneidad es un valor que se coloca en un altar. Esta casa no es de dios sino de todos los que en ella transitan. De día es movimiento y de noche circula quietud. No hay ofrendas ni oro ni bancos dados vuelta. Hay dos o tres hippies y una actitud genuina de sorpresa. También hay tele, como punto de reunión. Pero no aliena, tranquilos, es una más en la charla.

En la casa magnética las velas se encienden para celebrar. Pueden ser de las largas o de las chatitas redondas.

Cuando se corta la luz, todos se acuestan boca arriba en el suelo. Los adornos son de cera, vidrio y cartón pintado. La casa está llena de fotos, la pared es un álbum que se renueva a diario. Los marcos, cosidos a mano o a máquina

Las cartas que llegan a la casa encendida nunca contienen números, pastillas ni plata. Los bordes son flecos garabateados de risa. Toda una ilusión de regalería.

En esta casa ya no aparece nada fruncido. No hay monumentos y los carteles de bienvenida no están porque se sobreentienden. La escenografía se calló de promesas que sus habitantes no puedan cumplir. Hay, pues, lo que hay.


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26.11.10

se va formando la ronda



Me acuerdo de El Bolsón, Río Negro, verano de 2002. Estaba con unos amigos en un cámping cerca del lago. Se alojaban allí pibes y pibas de 18, 20, 24 años. Compartíamos una habitación muy grande. Las camas marineras eran de madera noble.

Afuera del cuarto se había armado un fogón. Cerca de diez personas tocaban y cantaban canciones de Vox Dei y Moris. Había una chica con la voz desgarrada de Janis Joplin.



Montañas lisérgicas, azules, flameadas y violetas conformaban el marco de esa ronda. En ese atardecer duende me curé el daltonismo.

Estoy convencido de que las mejores historias te pasan solo, sin testigos que te recuerden quién sos o, en verdad, cuál es el personaje que te toca jugar.

Cayó la noche y mis amigos se fueron a dormir. Unos pocos nos quedamos sentados en círculo. El vino pasaba y era todo lo agrio que queríamos que fuera. La Balsa, el Mendigo del Dock Sud, los lugares comúnes del rockandroll vernáculo empezaban a colmarme la paciencia. Una tarde psicodélica le había dado paso a una noche color mate.

Vivía épocas agresivas, quería pegar el grito y no sabía cómo hacerlo.

Como suele suceder, el Talacasto pone las cosas en su lugar, abre el hueco, te señala un camino de irrupción.

Rasgueos de cuerdas, susurros contenidos, nenes con barba y nenas con pelusa axilar, tipitos que jugaban a ser hippies.

Janis Joplin detectó el aire espeso y se fue a dormir. Cada vez éramos menos. La primera palabra la dijo un colorado. Una chica sensible se sentó junto a mí y no sé a cuento de qué me mostró su diario íntimo. Lo sentí como una pantomima, un gesto impostado. Mariconadas de gente que sufrió un poquito. “Son para fracasados”, le dije. “¿Qué cosa?”. “Los diarios íntimos”.

El colorado la defendió, la chica se metió para adentro.

Pasaron casi diez años y al recordar la anécdota me siento un imbécil. Hoy estoy seguro de que drenar las penas en dibujos, frases, parrafadas, es una terapia expansiva, un ejercicio de autoafirmación, una palanca de crique al autoestima.

El diario íntimo, señores, pueden ser escaleras al cielo. Dedicarse una hora al día, birome en mano, a garabatear sobre un papel, a crear fantasmas y después matarlos en un cuaderno Rivadavia, es construirse un lugar más habitable. Es hacer la de uno y cagarse en lo que los demás piensen. Ojalá así se lo haya planteado la chica sensible.

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22.11.10

golero


Ser arquero es estar dispuesto a ser fusilado por una pelota de cuero.

El enemigo acecha, y uno lo espera de frente, semiagachado, los ojos grandes de un nene curioso, la mirada seca del que fue decepcionado. El cuello también rígido y la boca sellada.

Una cara que, puesta a elegir, recibiría el impacto en la frente, tal vez en un ojo, incluso sacrificaría la nariz, pero, por el amor de dios, que pegue en cualquier parte y se vaya a la mierda.


Por estas cosas del oficio el arquero tiene algo de mártir. Los compañeros no esperan que la descuelgue de un ángulo sino que se tire de cabeza a trabar la pelota con el delantero. Es sólo en estos momentos cuando lo aplauden hasta los rivales.

El mano a mano, que es la instancia de máximo lucimiento del arquero, proviene de una traición de sus camaradas de equipo, quienes no han hecho lo suficiente para evitar dejarlo en esa posición de desventaja.

Es así que el patrón de la retaguardia tiene que dar la cara: un muñeco puesto a interrumpir el acto creativo ajeno. Su rol es el de atentar contra el deseo de concreción del rival, quien debe hacer rodar una esfera de gajos hasta las entrañas de un arco enorme, de 7,32 metros de ancho por 2,44 metros de alto.

El arquero espera que su defensor se equivoque para tener la oportunidad de salvarle el pellejo. Su oficio es tapar los baches, recibir una palmada en el hombro es el premio.

Ser arquero es sufrir y aprender a disimular el dolor, es generar admiración y compasión en dosis iguales. Es arrancarse la piel de las rodillas para después mostrarlas.

Tejer un reconocimiento pausado, extenso, sin idolatrías o grandes estruendos.

El arquero debe elegir si atajar entre los tres palos que conforman el arco, haciendo lo máximo en el terreno que por reglamento le fue asignado, o bien expandir su jurisdicción y anticipar los problemas fuera del área.

Como el Goyco, el arquero sabe que a las dificultades se las enfrenta con las dos piernas para adelante. Dar rodeos es una forma imposible de abordarlas.

De espaldas a la tribuna, para poder jugar tiene que aprender a hacer a un lado la opinión ajena, sin por eso dejar de actuar como los otros esperan.

Conocer las reglas.

Pegar el grito a tiempo.

Acomodar la barrera.

Ser arquero es leer como nadie el juego, pero practicar otro deporte.

9.11.10

formé parte de ti

Una biblioteca municipal en Irlanda, un viejito que no faltaba nunca, las lapiceras cortitas, de tres colores, llevaba unos papeles grandes, como de arroz, ahí escribía día tras día, tomaba apuntes, no sé en verdad qué es lo que hacía.

El tipo me gustaba. Probablemente era el único de la sala que no estudiaba idiomas, el único local. Estaba siempre calladito. Lo apreciaba. Me daban ganas de tomar su cara entre mis manos, alzarle la cabeza y decirle: "Muy bien, eso está muy bien".

Me erizaban, los charlatanes me erizaban. Lanzaba miradas de rayos, deseaba que se cayeran al salir por las escaleras. Después me enfocaba un poco, después me enredaba con algún cable o algún pensamiento. Es jodido estudiar en la bibliotecas, son lugares medio muertos para gente extraña que no se lleva bien consigo misma. No sé, digo. Es que volví a Argentina, donde todos analizamos de más.

5.11.10

decorar los cascotes, de paseo en palermo rúcula

En Palermo Soho impera el hippie que compra libros de arte a 150 pesos, elije una mesa en la vereda de un restaurante decorado con paja y vidrios deformes atendido por camareras con acento concheto, el que juega a estar en Milano desde la adoquinada acera porteña. Las manzanas de Buenos Aires tienen ese desfase.

También tenemos el defecto italiano de los tipos que sacan pecho, gafas negras y bien depilado. El hombre casual de negocios que habla en Blackberry y corre al distribuidor oficial de Apple detrás de un iPad. Porque a los de la manzanita no les cierra desembarcar en Argentina. Y todos los distribuidores se lamen oficiales. Con eso nos alcanza.

Están, además, los que se prometen leer un libro al mes. Esos lectores pragmáticos de redacciones o agencias, de PHs inventados -sin pasillo largo, nada de casa chorizo. Hay que leer a éste y al otro, al del libro en que tal película está basada. Ojealo a ése que tuvo una vida re difícil. Lo que escribe le sale de adentro, boludo.

Todo en este barrio que vecino son muecas de alegría de gente que quiere ser liviana y se acogota con jeans chupines. O se relajan con pantalones cagados. O les llega la data del tiro alto y a ahorcarse como hace mi viejo, no por snob sino por militancia antiestética. Es que además a mi papá le gusta estar bien ajustado.

No estoy criticando. Sólo tengo tiempo al pedo y pongo lo que vi en estos días.

1.11.10

abajo a la izquierda

Cuando tenés miedo a equivocarte empezás a hacer cálculos y a tratar de encorsetar la realidad en números. Agarrás un papel y escribís una listita. Después sumás y decidís. Buscás estar avalado, bien sea por los números, bien sea por los amigos, bien sea por la familia. Entonces, decía, hacés cuentas. No vaya a ser cosa de caer en el terreno de la desgracia, de la mala decisión, de la oportunidad perdida.

Ser conservador tiene poco que ver con apoyar un régimen militar o un modelo económico. Es un estilo de vida estreñido que se presenta socialmente como sensatez. Es vivir comprando al contado y con garantía. Lo primero, para no deberle nada a nadie. Lo segundo es por las dudas. Osho dijo que por culpa de la educación científica la gente ha perdido la confianza en el sentido interno. Hoy me meto adentro y consulto a mi intuición. Después dejo que me oriente. Para atajar penales en el fútbol siempre fue una buena consejera. Rara vez se equivocaba de punta.