25.7.10

Festival en Dun Laoghaire

Ayer fui a un festival en el barrio de Dun Laoghaire, a 20 minutos en tren del centro de Dublín. Tocaban grupos muy raros. Primero, una orquesta de rumanos y moldavos que hacían música balcánica fusionada con todo tipo de géneros. Son los Mahala Raï Banda.

Me gusta cómo la gente de esos lares se maneja en el escenario. Son raros, feos, narigones, tienen acordeones y muchísimos vientos. Producen sonidos chillones que a pesar de todo no alteran la paciencia. Y logran una fiesta con un sabor a bailemos que se acaba el mundo que me hace sentir vivo. Me hizo acordar a las fiestas de la Bubamara de Buenos Aires, aunque en un contexto totalmente diferente. El efecto es el mismo: comunión del público con los músicos y en mí las ganas de alguna vez poder estar arriba del escenario transmitiendo lo mismo.

Después de estos tipos, llegó Khaled, un argelino que estaba anunciado como una estrella del pop internacional. En su país, decía el folleto, su carisma produce el mismo efecto que el que Elvis conseguía en los 50. Me dispuse a ver.



Al principio, su presencia era un poco rara para Irlanda. Con su camisa cuadrillé, su arenga inocente y sus gestos de buena onda, Khaled parecía un peluquero del barrio de Once puesto a competir en la final del programa de Roberto Galán. Ni los que aparentaban conocerlo se mostraban muy entusiasmados. Sin embargo, vencido el primer impacto de aburrimiento -Amaya no pudo-, Khaled empezó a envolvernos con su cadencia. Sus zapatos, su cinturón, sus rulos de resorte. Todo lo que en él conformaba un estilo del que nos burlábamos para nuestros adentros fue expresándose como un arte auténtico, valioso. Después de 40 minutos, hasta las abuelas gaélicas se movían. Avivado por gritos en árabe y banderas de Palestina, Khaleb se ganó al público con su simpatía, y sin saberlo ni expresarlo explícitamente dejó un mensaje de paz. Y yo digo: ¡Viva Khaleb!

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