25.9.10

Berlino #4

Afeado por tópicos de la izquierda universal bienpensante se erige en Berlín el edificio de Tacheles, una galería de arte emplazada en lo que parece ser una casa okupa mimada por el estado alemán. Junto a este bodoque de hormigón desvencijado se ubica un bar donde un cartel invita a identificarse como chileno para obtener un 50 por ciento de descuento en las copas. Me imagino en la barra diciendo "po, güevon, ¿me ponei una cerveza?", pero desisto rápidamente. Paso de Violeta Parra y abomino de la hermandad latinoamericana.

En Tacheles se respira la estética de cambiar el mundo, sea lo que esto signifique. Ni un centímetro de pared libre de graffitis a lo largo de cinco pisos. Los tres pisos de arriba tienen habitaciones con artistas creando y exponiendo, bares con birra barata, mesas de caballetes con aros y chucherías de metal y madera a la venta, olor a humedad y patchouli.


En una de las salas un indígena del Amazonas peruano expone una de sus instalaciones. Un cristo tamaño persona crucificado y unos libros calcinados ocupan uno de los cuartos. También hay unos maíces gigantes. El hombre me cuenta que lo primero es una crítica a la iglesia. Los libros quemados y los maíces (transgénicos), por su parte, ironizan sobre el supuesto progreso de la ciencia. Me pongo a charlar con el artista e interviene una chica catalana, quien le echa en cara que se refiera a tópicos del pasado. El tipo arremete contra los alimentos modificados, la farsa religiosa, nuestra vileza contra los animales, y todo lo que representa el eje del mal. La catalana le dice algo así como que tal vez él esté equivocado, y creo que lo manda a estudiar. La discusión tensa el ambiente. Todo parecía tan hippie y casi se desmadra.

Después, no sé a cuento de qué, ella agrega que los animales también se matan entre sí. Recurso barato pero efectivo. La apoyo en silencio, fervientemente.

Charlo un poco con la catalana, que usa bigotitos y me cuenta que consiguió un hostel mucho más barato que el mío. Vemos pinturas, y ella encuentra simbolismos, ojos, manos con quince dedos. Yo no veo nada más allá de lo que veo. Me siento un insensible. A lo largo de la conversación pica un polvo blanco sobre la palma de su mano derecha. ¡Ja! Es coca, digo para adentro, y sigo mirándole el bozo mientras hablamos, no bajo nunca la cabeza para inspeccionar lo que desmenuza, como si estuviera habituado a este tipo de situaciones. Seguimos con los cuadros, nos metemos en otra sala. Cuando nos disponemos a bajar de piso, se sacude las manos y deja caer el polvo blanco por el hueco de las escaleras. Si yo fuera un personaje de la historieta Condorito, ésta es la parte en que diría: "¡Exijo una explicación!".

En la cuarta planta se nos suma un chileno mala onda que la catalana había conocido el día anterior. No sonríe nunca, me mira de arriba abajo. Creo que se siente más genuino por tener rasgos indígenas. Las mismas facciones que en cualquier aeropuerto europeo restan puntos, entre estas paredes de nenes disconformes y de okupas vocacionales insuflan a su portador aires de autenticidad. Por un momento desearía ser parte de un pueblo originario, así los europeos culposos se solidarizan conmigo. Nos despedimos. Voy a pedirles el Facebook, pero desisto por miedo al abucheo.

Algo bueno se respira en Berlín, es cierto, me lo habían advertido. Es una ciudad pesada de historia pero liviana al mismo tiempo, un lugar para hacer y abrigarse mucho en invierno. Escribir estas notas sentado en el marco de la ventana de un café que está cerrando, del lado de la calle... en cualquier otro lugar me habría sentido un fracasado que lleva su diario íntimo. Acá me siento un bohemio.

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¡Gracias Annnnnnnna por la foto!

3 comentarios:

  1. Muy buena redaccion vieja! Nos tamos viendo en estos dias! abrazo hernan

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  2. Gracias!! a ver cuándo me decís y nos vemos, hasta te ofrecí irme a Ranelagh (no se por qué pero Ranelagh me suena a Longchamps y Boulogne)!

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