17.10.10

de obsesiones

Hasta hace poco tiempo, una de mis obsesiones consistía en vigilar que nadie dijera nada discriminatorio. Así, me había convertido en un policía de la corrección política. Cualquier insinuación que denostara a otra persona o grupo por ser, por ejemplo, de piel más oscura, se ganaba mi condena enérgica, mi desprecio a viva voz o en silencio, lo que es mucho peor porque te hace tragar el veneno y ser inauténtico.

Suavizado, traicionando mis principios más rígidos, ahora dejé de ver racistas en todos lados: me los tomo con humor, me permito reírme del asunto. También entiendo que no es necesario ir por la vida haciéndose el bueno, es enfermizo. Siempre es mejor darle un descanso al comisario.


De un tiempo a esta parte, otra obsesión se abre paso en mí. Ahora pongo minuciosa atención en ver si el otro me escucha o si simplemente usa el diálogo conmigo como excusa para contar sus experiencias. Gente como mi amigo Chester lo sabe de sobras. Sabiéndome imbancable regula sus anécdotas, ejercita la atención sostenida, me explica por qué viene a cuento su historia. Se esfuerza porque no me deprima en el diálogo.

Hace poco descubrí que las mujeres tienen mayor tendencia a la escucha, o al menos, no tienen la necesidad de interrumpir con sus vivencias las narraciones del otro. También supe que las charlas donde más se indaga son aquellas que se tienen de costado, preferentemente mirando un río o caminando a la par en un parque. Así deberían ser las sesiones con los psicoanalistas.

la próxima vez que tenga un diálogo conmigo, relájese o tómeselo con humor, o pídale consejo a Chester, de paso, lea su blog

gracias por la foto

1 comentario:

  1. Coincido con lo de la charla caminando ¿Tendrá algo que ver con eso que en el psicoanálisis profundo -ese al que nunca hemos logrado alcanzar- los pacientes se sientan en un diván y no le miran la cara al terapeuta?
    Gracias por la mención!

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