La casa debería ser un lugar sagrado, la expresión religiosa de sus habitantes.
La casa es el principio de todo, cimientos de espiritualidad y entusiasmo. Punto de partida de un día que valga la penga. Refugio donde reponer energías a la vuelta. La casa es el espacio a cuidar y a tener en cuenta. La calle interna de todos nuestros quereres.
En la casa religiosa la comunicación es atmosférica, las cosas fluyen y se transmiten por gestos, la espontaneidad es un valor que se coloca en un altar. Esta casa no es de dios sino de todos los que en ella transitan. De día es movimiento y de noche circula quietud. No hay ofrendas ni oro ni bancos dados vuelta. Hay dos o tres hippies y una actitud genuina de sorpresa. También hay tele, como punto de reunión. Pero no aliena, tranquilos, es una más en la charla.
En la casa magnética las velas se encienden para celebrar. Pueden ser de las largas o de las chatitas redondas.
Cuando se corta la luz, todos se acuestan boca arriba en el suelo. Los adornos son de cera, vidrio y cartón pintado. La casa está llena de fotos, la pared es un álbum que se renueva a diario. Los marcos, cosidos a mano o a máquina
Las cartas que llegan a la casa encendida nunca contienen números, pastillas ni plata. Los bordes son flecos garabateados de risa. Toda una ilusión de regalería.
En esta casa ya no aparece nada fruncido. No hay monumentos y los carteles de bienvenida no están porque se sobreentienden. La escenografía se calló de promesas que sus habitantes no puedan cumplir. Hay, pues, lo que hay.
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